Caja de herramientas - Monitoreo y evaluación

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  • Una evaluación de programas o políticas formativas con perspectiva de género tiene necesariamente que integrar las fuentes e indicadores cuantitativos con los cualitativos y colocar a las interacciones humanas como punto de mira. Si los sujetos pasan a ocupar el papel central en la acción y en el análisis son las interacciones y los efectos de ellas los que debemos captar. Por ello la evaluación debe ubicar su propósito central en el registro de los cambios atendiendo las señales de los mismos en términos de dirección, intensidad, extensión, sostenibilidad o reversibilidad. Se está haciendo referencia a sujetos activos que mediante sus interacciones reinterpretan su cultura, a través de dinámicas subjetivas, recorriendo para ello un camino.
  • Camino significa proceso y ello diferentes puntos de partida, de llegada, con estrategias singulares, etc. Y cuando nos referimos al comportamiento de sujetos individuales y sociales (hombres, mujeres, organizaciones) ese proceso se manifiesta primero en la conciencia (creer) y luego en los actos (crear). Por ello un cambio que afecta a las personas siempre tiene dos dimensiones interrelacionadas: la subjetiva y la objetiva. Si no atiende a ambas, se estará contradiciendo el propio objetivo de la intervención y, por ende, la pertinencia y calidad de la evaluación.
  • Los procesos de cambio, especialmente en el ámbito de género, se concretan en la interacción entre lo individual y lo colectivo que se inciden mutuamente por lo que las dimensiones del análisis evaluador responden a una lógica triangular: las personas participantes (perfil objetivo y subjetivo), su entorno (material y cultural) y la intervención como tal (la propuesta formativa y sus componentes) que se inscribe en un entorno institucional con sus prácticas y culturas que son determinantes de la gestión y evolución de la intervención. Del mismo modo que no puede analizarse la realidad de las personas beneficiarias fuera de su contexto tampoco puede hacerse abstracción de la incidencia mutua entre la intervención o programa y su entorno. Sin esta mirada integradora, la evaluación de una intervención, de una política como la de formación para el trabajo que tiene como objetivo último el cambio de una situación de partida desfavorable por una más satisfactoria estará siempre incompleta. En consecuencia las metas y los indicadores deben ser relacionales y dinámicos y desde esa condición que se puede evaluar el impacto, medir los cambios en términos de mejora de la calidad y la equidad.
  • Por ello también la evaluación de impacto de los programas formativos cada vez se complementa más con las Auditorías participativas de género dirigidas a promover el aprendizaje institucional sobre la transversalización de género en el nivel de la organización, la unidad de trabajo y cada persona.