Cinterfor y SENA promueven evento para reflexionar sobre formación basada en proyectos con experiencias internacionales
La videoconferencia “Formación basada en proyectos: intercambio con experiencias internacionales”, realizada el 9 de octubre y organizada por OIT/Cinterfor en el marco de la cooperación con el SENA (Colombia), convocó a más de un centenar de participantes mediante Zoom. Rodrigo Filgueira, especialista de Cinterfor en formación profesional y transición digital, abrió la sesión agradeciendo al SENA y enmarcó el encuentro en la línea de trabajo de Cinterfor orientada a fortalecer metodologías que integren el desarrollo de competencias técnicas y transversales —comunicación, colaboración y otros componentes actitudinales— en la formación.
La primera exposición estuvo a cargo de José Ramón Gómez, director del Instituto del Talento y la Formación Profesional del País Vasco (iTlent), quien presentó el modelo ETASI. Este enfoque concibe la formación como aprendizaje colaborativo basado en retos, diseñado y articulado por equipos docentes que combinan contenidos de distintos módulos para proponer desafíos intermodulares e incluso interciclo. La propuesta busca desarrollar talento para responder a contextos cambiantes, trabajando de manera intencional seis competencias transversales (comunicación, colaboración, personales, digitales, sostenibilidad y emprendedoras) bajo cuatro valores guía: solidaridad, inclusión, iniciativa e interdependencia. La evaluación se centra en competencias, con retroalimentación formativa constante; los exámenes o productos puntuales pueden existir, pero no constituyen el eje del proceso. Entre los ejemplos compartidos se mencionaron un repelente de mosquitos desarrollado para una comunidad peruana (química con enfoque solidario), la construcción de “historias de vida” con salas 360° para estimular la memoria en personas mayores (atención sociosanitaria y tecnología) y el diseño de una mano protésica (mecatrónica).
Gómez subrayó que el cambio metodológico exige transformaciones personales, organizacionales y espaciales: aulas abiertas y flexibles, docencia en equipo y una planificación por retos (en general, entre cinco y siete al año). El despliegue, iniciado hace más de una década, alcanza hoy a cerca de 90 centros de formación profesional en el País Vasco, con unos 30.000 estudiantes y más de 2.600 docentes trabajando bajo este enfoque. Cada especialidad requiere un proceso de tres a cuatro años para completar la transición: formación, experimentación, diseño, ejecución y mejora continua. El acompañamiento se apoya en una red de mentores entre centros públicos y privados, con una visión sistémica del cambio. En emprendimiento y STEAM, el País Vasco impulsa retos que desembocan en prototipos y empresas de aprendizaje, con dispositivos para incubar proyectos reales —se crean entre 80 y 100 empresas anuales, muchas con formato cooperativo— e iniciativas que acercan la tecnología a todas las especialidades para promover también la igualdad de género en ámbitos industriales.
La segunda exposición estuvo a cargo de Emerson Costa Santos, de SENAI São Paulo, quien presentó la trayectoria de la institución hacia la educación por competencias y el aprendizaje basado en proyectos (PBL) con el estudiante como protagonista y el docente como mediador. Apoyándose en la taxonomía de Bloom, el itinerario formativo progresa desde comprender y aplicar hacia analizar, evaluar y crear, integrando mentoría y retroalimentación diaria. En la práctica, el trabajo se organiza en sprints con metodologías ágiles, apoyado en plataformas colaborativas y con un marcado carácter transdisciplinar: los desafíos no se “encapsulan” por materia, sino que activan saberes diversos al servicio de problemas reales. Entre los ejemplos destacó un sistema de machine learning para análisis de riesgos y asignación de equipos, así como una solución de realidad virtual para entrenar la presentación oral y reducir la fobia a hablar en público.
Costa Santos remarcó el vínculo estratégico con el sector productivo a través de comités técnico-sectoriales que definen perfiles de egreso y un seguimiento sistemático de la empleabilidad para retroalimentar y actualizar los currículos. Asimismo, enfatizó que las competencias socioemocionales son curriculares —no accesorias— y se trabajan de forma intencional: liderazgo y rol de equipo, gestión de conflictos, comunicación y responsabilidad. La inteligencia artificial se aborda como “inteligencia aumentada”: una herramienta que amplía capacidades humanas y que los estudiantes aprenden a utilizar y, en ciertos itinerarios, también a desarrollar.
En el intercambio con el público se profundizó en cuestiones de gestión y evaluación. Sobre la coordinación de recursos y tiempos cuando los retos cruzan módulos, se explicó que se reemplazan los horarios tradicionales por una planificación flexible y autoadministrada por equipos docentes, que se alternan según las fases del reto. En cuanto a tamaños de grupo, se trabaja habitualmente con 25 estudiantes organizados en equipos de tres o cuatro, y con plantillas docentes de tres a seis formadores que co-gestionan el primer y segundo curso. Respecto del cambio hacia una evaluación formativa robusta, ambas experiencias señalaron que es un tránsito cultural: la calificación final existe, pero el foco del 80–90% de los esfuerzos se orienta a evidencias de desempeño y feedback continuo. Además, se confirmó la aplicabilidad del enfoque a todos los sectores —incluido el medio rural y agropecuario— y la utilidad de retos compartidos entre especialidades y entre centros.
En síntesis, ambas experiencias demostraron que la formación basada en proyectos, una evaluación por competencias y una relación estrecha con el sector productivo permiten potenciar simultáneamente el aprendizaje técnico y el desarrollo de habilidades transversales, colocando a las personas y a los valores en el centro del proceso formativo.